La motricidad fina tiene que ver principalmente con las extremidades superiores, especialmente las manos, y son la base de nuestra capacidad para utilizar objetos, herramientas y utensilios. Esta habilidad, tan común en el ser humano, implica movimientos voluntarios de las manos y dedos muy precisos, que implican pequeños grupos de músculos, huesos y nervios que requieren una mayor coordinación.

Actividades terapéuticas, tales como talleres de origami, confección de pulseras, cocina, juegos manuales, rompecabezas, actividades artesanales, pintura o actividades con plastilina entrarían dentro de esta categoría.

La motricidad fina es esencial para el desarrollo de los hábitos diarios de las personas mayores como vestirse, abrochar botones, cerrar cremalleras, abrir el tubo de la pasta de dientes… Sin estas habilidades la persona mayor ve menguada su capacidad para desarrollar actividades básicas, lo que le impide desenvolverse adecuadamente en su entorno y esto afecta a su autoestima.

Dentro de la atención residencial, los objetivos que trabajamos en dichas actividades son, principalmente, el de promover y mantener el máximo tiempo posible la autonomía en el área de la alimentación, el vestido y el cuidado e higiene personal.

Para que la motricidad fina se pueda desarrollar con normalidad es necesario la estabilidad postural, la coordinación bilateral, el procesamiento de la información táctil, la percepción del movimiento, el control ocular y la percepción visoespacial.

Cuando observamos dificultades en la ejecución de tareas que requieren habilidades manipulativas, los equipos de terapia ocupacional de nuestros centros realizan un análisis completo de los factores que están influyendo en su bajo desempeño. Una vez realizada la evaluación e identificadas las principales dificultades que afectan al desarrollo independiente de la persona mayor, procedemos a marcar los objetivos y realizamos la intervención en el centro a través de dinámicas para fortalecer las habilidades motoras finas.